viernes, 27 de julio de 2012

Atrayendo el Éxito

Por el Dr. H. Spencer Lewis, F. R. C.
La generalidad de los seres humanos comienza desde muy temprano en la vida una prosecución extraña. Aún el adolescente que apenas comienza a percibir cómo va desenvolviéndose su personalidad se siente desasosegado por ese extraño deseo de investigar, más, quizás, que por los cambios mentales y fisiológicos que experimenta. De ahí en adelante, el individuo se da cuenta, en los momentos de retrospección e introspección, de un anhelo incumplido, de un deseo insatisfecho.
Creo que sería muy desafortunado para el progreso de la civilización si como por arte de magia de la misteriosa Ley Cósmica, cada uno de nosotros viera de improvisto que sus oraciones hallaran respuesta, sus anhelos se cumplieron y se terminó el afán de investigar. No sólo se acabaría el estímulo que nos impele a adquirir cosas grandes y mejores, sino aún la búsqueda de conocimientos y la insistencia para resolver los misterios de la vida. La civilización se suspendería y comenzaríamos a retroceder.
El que nace artista, o el que logra llegar a serlo adquiriendo fama, nunca se siente verdaderamente satisfecho con su arte. Conozco a muchos que admiten con franqueza no haber cincelado un objeto, pintado un cuadro, grabado o creado algo de su propia invención con lo cual se sintieran por completo satisfechos. Admiten que a menudo ha sido la necesidad lo que ha puesto punto final a alguna de sus obras. Si un artista estudia y a la vez trabaja para ayudarse económicamente, muchas veces se ve forzado a suspender un cuadro de pintura, digamos, únicamente porque se presenta un comprador decidido; y también llega el momento en que se ve precisado a dar el último toque en la obra que ejecuta aún cuando sabe que no la ha terminado por completo. Podría continuar por días, semanas y meses, especialmente si pudiera trabajar en algo más por un corto tiempo para volver a su cuadro de pintura una semana o un mes después y encontrar muchas cosas que pudiera mejorar. Así le sucede al inventor y siempre acontece esto al músico. Lo mismo pasa con el verdadero negociante que trata de desarrollar una ética cultural en su sistema comercial, que procura mejorar su mercancía, sus ventas, su propaganda y el servicio que debe rendir a su clientela. Nunca está enteramente conforme con lo que produce, con el trabajo, apariencia y durabilidad del artículo que vende, con el servicio que da al comprador o con su actuación en general.
Un individuo que se siente completamente ufano, que no encuentra crítica en su interior, por lo regular va al fracaso. Si ha logrado algún éxito en el pasado, el fracaso puede estar ya escrito en el futuro. En el momento mismo que se cree a la mera sombra del triunfo o a unos cuantos pasos de obtenerlo es cuándo más lejos de éste se encuentra. Es la sensación o posibilidad de ser capaz de rendir un servicio mejor, de poder y logro, lo que ha apresurado al hombre al verdadero progreso o hacia la perfección.
Se nos dice en las antiguas narraciones históricas que en la construcción de la Gran Pirámide de Egipto y de los fastuosos templos se obtenía, a falta de maquinaria, la enorme y necesaria fuerza humana mediante el uso liberal del látigo; que los faraones y gobernantes mandaban traer multitudes haciendo que se les pusieran cadenas y se les ciñeran largas piezas de cuero atadas a enormes peñascos, y que arriba de cada piedra iba un capataz que azotaba con un gran látigo a los centenares de esclavos para obligarlos a arrastrarlas. De este modo eran transportadas miles de piedras a un mismo tiempo, cada una por un grupo de esclavos cuyos cuerpos desnudos mostraban huellas ensangrentadas de los azotes. Pero no es este un cuadro exacto, porque puede verse que las piedras cortadas en las canteras de Egipto por aquellos esclavos estaban unidas con cemento sin que hubiera una desportilladura en las orilla, y tampoco los diseños pintados sudando sangre por el excesivo calor y la tortura de las antorchas flameantes podrían haber hecho jamás un trabajo tan bello ejecutado bajo el látigo. Aquellos trabajadores laboraban por la gloria de Egipto, la gloria de un imperio, la gloria de un prestigio que era entonces una influencia poderosa en todo el mundo.
Puede que hubiera estructuras particulares, no sólo en Egipto sino en Roma y Grecia, de individuos que alquilaran esclavos para edificar mausoleos, tumbas, o algo personal, que azotaran a sus esclavos, y quizá las muchas estructuras en ruinas que aún se ven por toda Europa, y tantas otras, ruinosas, edificadas en fecha muy posterior a las Pirámides pero que hoy difícilmente pueden reconocerse, fueron construidas por hombres que trabajaron bajo el azote, hombres que no tenían inspiración ni amor en esa empresa. Pero las cosas duraderas en todo el mundo hechas por los hombres, desde la extraña Torre Inclinada de Pisa que no obstante su inclinación no se cae nunca, hasta los magníficos templos del saber, del arte, de la religión, de la ciencia y la belleza; eso no fue hecho por esclavos sino por fieles adoradores del arte en el que trabajaban.
  Necesidad de cada Época
  Hoy en día sucede lo mismo. En nuestros tiempos modernos tenemos el mismo deseo de alcanzar triunfo, poder individual, poder de clase, poder nacional e internacional. Tenemos el mismo anhelo de que se nos otorgue reconocimiento, de lograr algo y de obtener algunas de las comodidades que ofrece la vida. Y vemos que los que están alcanzando éxito o atrayéndolo son los que laboran fustigados principalmente por el amor, el imperativo de la inspiración y el impulso constante del deseo intenso de superarse.
No se puede reducir el éxito en la vida a un solo elemento, ni reducir la felicidad a una fase nada más de expresión emocional. No se puede decir que la pena o el sufrimiento tienen su fórmula o que la riqueza sigue una norma. No se puede medir el éxito por igual para cada individuo, pues es cosa entera y exclusivamente personal. El triunfo para una persona posiblemente no lo es en el mismo grado para otra.
Tampoco va acompañado todo triunfo de riqueza. Aquello de que carecemos es a menudo lo más tentador, y rara vez entendemos la verdadera naturaleza de las cosas, especialmente de las materiales, hasta que las hemos adquirido. Ni aún podemos comprender la vida misma hasta que hemos bebido de su copa el sabor amargo. Pero con frecuencia aquello que parece evadirnos es lo que quisiéramos poseer.
Hay algunos que no buscan dinero especialmente, aun cuando todo lo que hacen puede ayudarles a aumentar lo que tienen. No es el aumento de la riqueza el verdadero impulso sino el deseo de lograr, de alcanzar la meta que se han señalado en la vida, e ir todavía más lejos.
Hay también otros que no tienen riqueza sino únicamente están a cubierto de las necesidades, pero albergan una sensación de seguridad de que siempre tendrán que comer y un lugar dónde descansar y dormir. Tal vez no buscan riqueza, pero pueden estar poseídos del fuego de una ambición que no pueden calmar aún si se deposita a su nombre en cualquier banco una fuerte suma. Conozco hombres que viven en casas mediocres arrendadas, que no cuentan con las comodidades modernas, a excepción, posiblemente, de una pequeña radio, y que no hacen intentos por poseer los últimos objetos de moda de que disfrutan los vecinos. Puede que ni siquiera tengan un automóvil regular y, sin embargo, no buscan riqueza ni las comodidades y lujos modernos. Pero buscan algo, están inquietos y vigilantes. Cuando hablo con algunos de ellos en mi oficina, me recuerdan a los centinelas de épocas pasadas que durante largos intervalos de tres y hasta cuatro horas permanecían en una atalaya, como las que he visto al Sur de Francia; una vieja torre sobre la colina que dominaba los Baños Romanos, la gran pista, y los edificios de abajo. Hombres que vigilaban si a la distancia veían aproximarse un ejército aun en tiempos de paz. Sus ojos siempre atalayando el horizonte, escuchando lo que se les diga pero a la vez pendientes de captar cualquier sonido extraño como el trotar de corceles. Escuchan algo, buscan algo que necesitan agregar a su vida o apartar de ella. No es una búsqueda de dinero porque muy pronto se da uno cuenta que eso está lejos de su mente.
Buscan éxito en algo
  Si se pudieran ver como en una asamblea a todos los hombres y mujeres tan solo de los Estados Unidos de América que permanecen sentados a solas en un cuarto ante una mesa de trabajo, una hornilla improvisada o una pieza de maquinaria, trabajando en alguna patente, algún invento o artefacto; si se pudiera ver a todas estas personas reunidas, se contemplaría un ejército de hombres y mujeres en profunda concentración que no reparan en la hora, en el frío o en que sus amigos y parientes les esperan, no importándoles nada que no sea la flameante antorcha que está ante ellos, el metal fundiéndose en la hornilla, o el voltear de una rueda o engranaje; su sola ambición o inspiración de la vida está allí, en aquel pequeño cuarto. Y ellos le dirán, este gran ejército de millares de seres jóvenes y viejos de ambos sexos, que el triunfo consistiría para ellos en la solución de lo que están tratando de producir.
Podría preguntársele esto a una viejecita de rostro marchito, como la que estaba en Paris trabajando el radio: ¿Tras de toda la educación que usted ha tenido y todas las brillantes posibilidades que le esperan, de enseñar, dar conferencias y ver el mundo, quiere decir que disfruta más al estar aquí sentada? ¿Le da esto algo para comer? Y ella contestaría “No. Ni siquiera una corteza de pan”. ¿Ropa nueva, entonces? “No, estoy acabando la que ya tengo.” ¿La rejuvenece? “No, he envejecido diez años en los últimos dos que han transcurrido.” ¿Impedirá su muerte? “No, la está apresurando. Ese tubo contiene radio que destruye las células de mi cuerpo. Estoy más muerta que viva.” ¿Qué le sostiene la existencia? “Mi deseo, mi ambición, quiero alcanzar el triunfo; el triunfo que no me traerá sino una expresión de agradecimiento de las multitudes que aguardan.” Eso es lo que significa el éxito bajo el punto de vista de tal o cual persona.
A Dios demos gracias de que ha habido en el pasado millares de seres que han laborado por ese triunfo... Estamos cosechando las recompensas de los que obtuvieron victoria en siglos pasados ... gozando sus frutos. El hombre o mujer que egoístamente busca hoy el éxito, trata de alcanzar algo que no materializará jamás. No digo que nadie esté justificado al trabajar, servir, vivir y esforzarse, de obtener en retorno una compensación que le haga sentirse satisfecho y le capacite para hacer frente a las necesidades de la vida y disfrutar de sus bendiciones, pues eso es un deseo legítimo... Pero debe haber algo más que eso. Si su deseo llega hasta allí, puede que sea encomiable y propio según el juicio de los hombres, pero no ante Dios o la Mente Cósmica. Yo creo que una de las frases más hermosas que se han escrito es aquella que dice: “Dios no podía estar en todas partes e hizo a las Madres”. Pero El también creó hombres y mujeres para que fuesen canales e instrumentos en otras formas de trabajo creativo, y hasta que un individuo, en cualquier sendero de la vida, pueda decir conscientemente “Estoy laborando con Dios, y por Dios como uno de Sus instrumentos” , hasta entonces, repito, podrá conseguir el verdadero éxito. 
Punto de Vista
Uno de los que hacen el servicio de limpieza en las cañerías de la ciudad vino a verme hace poco. Pasaba la mayoría del tiempo debajo de la tierra abriendo las alcantarillas de las calles y bajando a inspeccionar las grandes tuberías para limpiarlas si estaban llenas o arreglarles algún desperfecto. Sólo salía de allí para comer y quizá una o dos veces cada mañana para respirar un poco de aire fresco. Usaba sus ropas más viejas y al terminar el trabajo se iba a su casa donde le esperaban su esposa e hijos.
Se sentía mortificado, pero lo estuvo más aún cuando una tarde, al salir de una alcantarilla, se encontró cerca de una magnífica residencia. Vio que subía por la vereda de la casa un hombre bien vestido, con un maletín de doctor en la mano, y con una sonrisa que animaba su semblante se apresuraba a llegar al pórtico. Entonces, este trabajador que acababa de cerrar la tapa de la alcantarilla tras de la labor cotidiana, se encaminó a la esquina de la casa y se asomó por una gran ventana que daba al salón de recibo. Vio entrar al hombre, quitarse el sombrero, poner su maletín en un estante como si fuera el lugar usual, sentarse frente a su escritorio y desdoblar el periódico. Por la placa que vio a la puerta supo que era la casa de un doctor. Después de algunos momentos entraron sus dos hijas y lo besaron al rodearlo con sus brazos.
El hombre se apartó de allí, pues ya no quiso ver más. Y ahora me preguntaba: “¿Por qué un hombre puede vivir así y yo tengo que vivir de este modo?”
“¿Se resiente de no tener el hogar que el otro tiene?”
“Oh, no, pero, ¿por qué tengo que trabajar en algo que ni siquiera es útil a la humanidad? El puede salir y hacer bien por donde va, salvar vidas y sentir que es uno de los instrumentos de Dios, mientras yo sé que sólo soy uno de los instrumentos más bajos en el mundo.
Le expliqué que en cuanto a curar enfermedades, ayudar a los enfermos y salvar vidas, él podría hacer más para proteger la salud de la gente al desempeñar su trabajo en debida forma que lo que el doctor hiciera; que ese trabajo o alguno similar era por de pronto su misión en la vida. Alguien tenía que hacerlo. Unos hombres construían los caños y otros tenían que conservarlos en estado de limpieza; que uno que estuviera familiarizado con el trabajo eventualmente llegaría a tener un empleo mejor; pero que tal trabajo debía hacerse a pesar de que pareciera insignificante.
No se puede decir cuál trabajo sea más importante, como tampoco podría decirse cuál luz sirve más, si la que alumbra en la esquina de la calle en el gran fanal de cuatro o cinco mil vatios o la pequeña luz que está al extremo del instrumento que usa el cirujano para guiarse al hacer una incisión. El éxito en la vida depende, por un lado, de su contribución a las necesidades de la nación o de la parte en que reside y, por otro, en el cumplimiento de alguna misión Cósmica. El éxito de cada uno depende en hacer lo que le corresponde y hacerlo bien. Pero a los que nada hacen y sólo acechan oportunidades podemos asegurarles que no las encontrarán, hasta que resueltamente salgan al frente con valentía y determinación, dispuestos a prestar servicio no sólo por sus inmediatos intereses o necesidades, y los de su familia, sino en beneficio de toda la civilización.
Universalidad
Si usted se pone en entonamiento con las leyes y principios universales, con las necesidades y requerimientos del universo, gradualmente irá colocándose en el lugar debido...
Hay un lugar para cada uno en el universo y no tenemos que ir a buscarlo alrededor del mundo para poder hallarlo. Usted puede traer a sí ese espacio abierto... Ante todo, hágase universal en su manera de pensar, dándose cuenta de que es uno entre la multitud de Dios y que El no separó a los hombres en razas o nacionalidades ... Eso es efecto del clima, de la evolución y de las condiciones que han sobrevenido al hombre desde que fue creado. Dios no hizo Bautistas, Presbiterianos, Judíos, Gentiles, Católicos Romanos o Rosacruces. Esas son cosas que han acontecido o que hemos creado. Tampoco Dios nos hizo buenos a unos y malos a otros.
Ni aún nacemos con desigualdades sexuales; esas normas artificiales que imponen que la mujer es de sexo más débil. ¿Muestran ahora las mujeres alguna debilidad en los negocios y en el mundo profesional, o en los colegios y universidades? ¡Ni siquiera tratándose del pugilato! La idea tan extendida de que el hombre posee libertades que la mujer no tiene llegó a tales extremos que la mujer acaparó todas las libertades del hombre, surgiendo ahora un nuevo problema. Igualdad es lo único que hay ante Dios y la Naturaleza y hasta que nos posesionemos de tal cosa, de esa actitud mental, estaremos, entretanto, perdidos, porque puede suceder lo que no deseamos si no nos compenetramos de ello.
Puede que usted tenga complejo de superioridad o complejo de inferioridad, y ambos son igualmente malos... Ambos preparan la caída. La igualdad no significa ir por ahí diciendo: “Soy tan bueno como cualquier otro,” sino decir sencillamente: “Soy como los demás, con mis buenos y malos puntos.” “Soy un hermano, y todos somos hermanos y hermanas,” diciéndolo con sinceridad. No se apreste a formar una hermandad universal, pues el mundo no está listo todavía para eso. Pero por su propio bien póngase en una posición en la que comience a darse cuenta de que todos los seres humanos son iguales.
Desde el momento en que comience a entonarse con esta actitud universal y no contemple sus penas, quebrantos, necesidades y privaciones como cosa personal e individual; desde el instante que cambie su actitud haciéndose universal, comenzará a atraer el éxito. Desde ese momento abrirá las puertas para que fluya la inspiración Cósmica.
Esto no es algo que sólo consta en las Sagradas Escrituras o algo puramente filosófico. Es lo que millares de personas han comprobado como verdadero. Usted sabe, y yo también, que en este mundo hay ahora un Imperio Invisible compuesto de hombres y mujeres que van acercándose rápidamente al éxito que desean siguiendo una ley definida...
No es cuestión de religión, credo o doctrina teológica, sino una ley universal; la misma ley que hace crecer los árboles, que hace abrirse las amapolas por la mañana y cerrarse por la noche, la misma ley que hace crecer la hierba. Estas leyes no son religiosas sino Divinas porque Dios las inventó. Las lámparas eléctricas son cosas Divinas; el piso y el banco, lo mismo que el sonido de la voz, son Divinos porque Dios los hizo; pero las leyes de que hablo también son de sentido común, leyes universales. Mientras más pronto se armonice usted con estas leyes más pronto cambiará su vida y entrará en completa armonía.
Copyright
Este artículo fue publicado por el Consejo Supremo de la Orden Rosacruz AMORC, en la revista El Rosacruz correspondiente al mes Mayo de 1959, con copyright 1959 por la Suprema Gran Logia de AMORC – Todos los derechos reservados.-